Si a mediados de la década de 2010 me hubieran preguntado qué opinaba sobre usar un template para mi sitio personal, habría respondido con antipatía. Solo pensar que yo, Angel Ponce, desarrollador front-end, podría rebajarme a usar un simple template, era algo inconcebible.
En aquellos tiempos, estaba nublado por mi soberbia. Creía que usar un template equivaldría a ser un herrero con un azadón de palo. Suponía que era algo reservado para aquellos que desconocían su oficio o preferían las cosas fáciles, sin desafíos. No pude verlo en su momento, pero ese enfoque me causaría más problemas de los necesarios.
Mi forma de pensar estaba informada por mis ídolos del web y su trabajo. Personalidades como Ethan Marcotte, Jeffrey Zeldman, Jason Santa Maria, Frank Chimero, Jeremy Keith, entre otros. Es importante señalar que ninguno de ellos se manifestaba en contra de los templates; esta conclusión se formó en mi cabeza por cuenta propia.
Guiado por esta conclusión errónea, creía firmemente que era imperativo para un sitio personal ser construido desde cero. La importancia de ello era tal que rivalizaba con el contenido mismo que este pudiera albergar. Después de todo, un sitio personal es tu hogar en internet, y ¿quién no quiere tener un hogar único? Uno que impresione a conocidos y desconocidos por igual.
Todo desembocó en una parálisis que solo puedo imaginar es comparable a la que sintió el director de Duke Nukem Forever, un juego que tardó más de 14 años entre haber sido anunciado y su lanzamiento. Gran parte del retraso se debió a la incesante necesidad de querer superar los éxitos anteriores y de dar a luz al mejor juego que el mundo hubiera visto jamás. Ellos, al igual que yo, estaban destinados a toparse con la realidad.
Después de muchos inicios en falso e incontables rediseños, tuve fuertes dudas sobre mis capacidades. A pesar de todo, logré sacar la primera versión de mi sitio web. A decir verdad, en su momento nunca estuve satisfecho con él; si bien cumplía con los requisitos que me había impuesto, no importaba qué hiciera, en mi mente nunca iba a ser comparable con el trabajo de mis ídolos.
A pesar de las inconformidades que pudiera haber tenido, por fin era el dueño de mi propio destino en internet. Mi futuro como blogger famoso estaba a punto de iniciar (¡ja!), solamente tenía que empezar con la parte fácil: escribir. Como podrán imaginarse por mi ausencia de fama, las cosas no resultaron como planeaba. ¿Quién hubiera pensado que la esencia de un sitio fuera el contenido?.
Escribir resultó ser considerablemente más desafiante que desarrollar el sitio mismo. Las ideas en mi mente no se traducían fácilmente en párrafos coherentes. En gran medida, el problema era la percepción errónea de que cada escrito tenía que ser especial; después de todo, iba a ser juzgado por nada más y nada menos que el internet mismo.
Decir que los míseros cuatro posts que escribí en un periodo de aproximadamente un año eran mediocres es hacerles un favor. Actualizar o modificar el sitio se volvió un proceso tedioso y eventualmente, una carga. El hogar en internet que tanto había anhelado simplemente quedó en el olvido. Mi ego y aires de grandeza me llevaron al fracaso, algo que me costó aceptar por varios años. La carga mental de ver el sitio abandonado me orilló a retirarlo de internet, sin embargo, nunca dejé de pagar por el dominio, albergando la esperanza de que angelponce.com viera la luz del día nuevamente.
En la próxima entrada de esta serie, continuaré con la odisea personal que he vivido en relación a mi hogar en internet y cómo es que es de sabios cambiar de opinion.